El profeta, finalmente, se refiere a la oración de los sacerdotes, los cuales, con lágrimas en los ojos, se dirigen a Dios diciendo: "No es tu heredad el oprobio y escarnio de las naciones. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: ‘Dónde está su Dios?’" (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y como este rostro es, a veces, desfigurado.
Pienso en particular en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la Cuaresma es una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para aquellos que están lejanos o indiferentes ante la fe.
"¡Es ahora el momento favorable, es ahora el día de la salvación!" (2 Cor 6,2). Las palabras del Apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que admite ausencias o inercias. El término "ahora" repetido más veces indica que este momento no puede dejarse pasar, es ofrecido a nosotros una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se concentra en el compartir con el que Cristo ha querido caracterizar su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de los hombres.
La frase de San Pablo es muy fuerte: Dios "lo hace pecado a nuestro favor". Jesús, el inocente, el Santo, "Aquel que no ha conocido pecado" (2 Cor 5,21), se hace cargo del peso del pecado compartiendo con la humanidad el éxito de la muerte y de la muerte de cruz. La reconciliación que nos viene ofrecida ha tenido un precio altísimo, el de la cruz elevada sobre el Gólgota, sobre el que estuvo colgado el Hijo de Dios hecho hombre.