Donde están estos afectos familiares brotan estos gestos del corazón que nos hablan más fuerte que las palabras, el gesto del amor… esto hace pensar.
La familia que responde a la llamada de Jesús devuelve la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios. Piensen en el desarrollo de este testimonio hoy. Imaginemos que el timón de la historia (de la sociedad, de la economía, de la política) sea entregado –¡finalmente! – a la alianza del hombre y de la mujer, para que la gobiernen con la mirada dirigida a la generación que viene. Los temas de la tierra y de la casa, de la economía y del trabajo, ¡tocarían una música muy diferente!
Si volvemos a dar protagonismo –a partir de la Iglesia– a la familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, nos transformaremos como el vino bueno de las bodas de Caná, ¡fermentaremos como la levadura de Dios!
En efecto, la alianza de la familia con Dios está llamada hoy a contrastar la desertificación comunitaria de la ciudad moderna. Pero nuestras ciudades se han vuelto desertificadas por falta de amor, por falta de sonrisas. Muchas diversiones, muchas, muchas cosas para perder el tiempo, para hacer reír, pero falta el amor, especialmente la familia, ¡especialmente la familia! aquel papá, aquella mamá que trabajan y con los niños… La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertificación de nuestras ciudades y esta es la victoria del amor de la familia.