El heroísmo del Padre Emile Kapaun, que hace más de 60 años murió en un campo de concentración de Corea del Norte, será finalmente reconocido por las autoridades de Estados Unidos que decidieron concederle póstumamente la Medalla de Honor, el máximo galardón militar, en una ceremonia prevista para este 11 de abril.

Ante la condecoración, ACI Prensa recogió testimonios sobre los últimos días del valiente presbítero capturado en 1950 cuando trataba de rescatar a varios heridos en la batalla de Unsan.

El Padre Kapaun nació en Pilsen, Kansas, en una familia de agricultores, y fue ordenado sacerdote en la Diócesis de Wichita, en junio de 1940. Se convirtió en capellán del ejército en 1944 y sirvió hasta 1946. En 1948 regresó al servicio y fue enviado a Corea en julio de 1950, donde destacó por su servicio a sus compatriotas sin distinción de credo.

"Corría por el campo rescatando a los heridos... a veces se alejaba de 50 a 100 metros de las líneas americanas para arrastrar a alguien de vuelta", asegura Roy Wenzl, co-autor de "El milagro del Padre Kapaun".

"En Unsan, se quedó con los heridos y se dejó capturar para poder protegerlos".

Haberse criado en una granja, le permitió al sacerdote ayudar mejor a sus compañeros de prisión en la cárcel en la Pyoktong, en la frontera con China. Ahí era el "más práctico e ingenioso solucionador de problemas", dijo Wenzl.

Mike Dowe tiene 85 años de edad y recuerda vivamente esos días. Conoció al Padre Kapaun tras ser capturados y cuando fueron obligados a caminar más de 150 kilómetros hasta el campo de prisioneros en Pyoktong.

Dowe recuerda que la tasa de mortalidad de los presos en los valles cercanos era diez veces mayor que en Pyoktong, algo que él adjudica a la influencia del Padre Kapaun en todos.

"Les enseñó a mantener su voluntad de vivir, enseñándoles a mantener a sus creencias, el honor, la integridad y la armonía con su conciencia, su lealtad a su país y a Dios", sostiene Dowe y asegura que una "buena mayoría" de los hombres que sobrevivieron Pyoktong "deben su vida al Padre Kapaun".

Hasta el final de su vida, el sacerdote administró los sacramentos a sus compañeros de prisión. Ofició bautismos, confesaba constantemente, ungió enfermos y celebraba Misa.

El Padre Kapaun también se ofrecía como voluntario para realizar los trabajos más humildes y laboriosos en el campamento. Cada día ayudaba a sacar los cadáveres congelados de los que habían muerto la noche anterior y los llevaba a una isla en el río Yalu para enterrarlos. Ese invierno fue uno de los más brutales en la historia de Corea.

El Padre Kapaun murió 23 de mayo 1951, y fue enterrado en una fosa común en el río Yalu. Sus captores se lo llevaron agonizante a la llamada "casa de la muerte: donde dejaban morir a los prisioneros graves.

"Mientras se iba, me puse a llorar y me dijo: 'Mike, no estés triste, voy donde siempre quise ir, y cuando llegue voy a decir una oración por todos ustedes'", recordó Dowe.