El Padre Donato Jiménez Sanz, docente de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima señaló que tanto la decisión del Beato Papa Juan Pablo II, de no renunciar al pontificado hasta su muerte, y la del Papa Benedicto XVI, son “aparentemente opuestas”, sin embargo fueron tomadas “desde la misma rectitud de conciencia, desde una sola Fe, desde un mismo Señor, y un mismo Espíritu”.

En un artículo remitido a ACI Prensa, titulado “Los Dos”, el P. Jiménez indicó que, tal como lo expresó el Papa Benedicto XVI en su renuncia al ministerio petrino, el Santo Padre “lo ha pensado repetidas veces ante el Señor, y con total sinceridad, ante el Santísimo”.

“¡Qué cosas no Le habrá dicho en la hondura de su oración! ¡Cómo habrá sido la extensión e intensidad de su oración!”, dijo.

El sacerdote teólogo indicó que el Santo Padre “muy probablemente se ha puesto en la necesidad y actitud de los pobres del Evangelio cuando le pedían, le clamaban, le suplicaban al Señor Jesús que pasaba”.

“Habrá llorado de agradecimientos como se llora agradecido ante el Padre. El Papa habrá consultado, sin duda, con alguno de sus más cercanos consejeros y, lo doy por supuesto, también con sus médicos”, señaló.

Para el P. Jiménez, el Papa Benedicto XVI “ha tenido la lucidez, la humildad, la fortaleza, el Don de Fortaleza, y la plena rectitud de conciencia, de decirle al Señor y a toda la Iglesia en el mundo, que sus fuerzas se han debilitado notablemente y que no puede ya llevar la carga y responsabilidad de tan grande ministerio petrino. ¡Gracias, Santo Padre!”.

El P. Jiménez recordó que “con la misma plena rectitud de conciencia” con la que ha actuado Benedicto XVI “vimos y oímos al ya beato Juan Pablo II, asumir y reasumir, aceptar y cargar hasta el último aliento la pesada cruz de ese mismo ministerio petrino”.

“De Juan Pablo II, habíamos conocido su juventud, la vitalidad, el nervio, la energía de su voz, la firmeza como los montes de su Fe, el arrastre de las gentes de todos los niveles y gamas sociales y culturales, de lenguas, colores y pueblos. Fue grito universal: ‘Juan Pablo II, te quiere todo el mundo’”, indicó.

El teólogo recordó “el fascinante tirón de los jóvenes que por todo el planeta lo siguieron prendidos-prendados de su palabra, que los encendía en un fervor nuevo, a quienes no calló nada, y de quien oyeron las palabras más bellas, las sentencias más verdaderas y los proyectos o planes más personalizantes y humanizadores”.

“También lo fuimos viendo decaer”, indicó, como consecuencia “del incalificable crimen del Mal contra su persona, y de la incansable actividad de su increíble apostolado paulino ad gentes, sin dejar de mostrar el ejercicio de su ministerio petrino ad greges”.

El Beato Papa Juan Pablo II, dijo el sacerdote, “quiso enseñarnos desde la impotencia y la pérdida de fuerzas y salud, cómo se lleva la enfermedad, el valor inconmensurable e infinito de la enfermedad, el oficio y beneficio redentor que en cristiano y para el mundo tiene el sufrimiento y la enfermedad… hasta la muerte”.

“Los jóvenes no se equivocaron: no dejaban de clamar con fuerza inequívoca: ¡Santo súbito!”, señaló.