Por lo tanto, asegurémonos de que superar la globalización de la indiferencia (cf. Exort. Ap. Evangelii gaudium, 54) solo será posible si estamos dispuestos a imitar al buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37). Esta parábola, que nos inspira mucho para vivir mejor el tiempo de Cuaresma, indica tres actitudes fundamentales: ver, sentir compasión y cuidar. Al igual que Dios, que escucha el grito de ayuda de los que sufren (cf. Sal 34, 7), debemos abrir nuestros corazones y nuestras mentes para dejar que el clamor de los hermanos y hermanas necesitados necesiten ser alimentados, vestidos, alojados, visitados (cf. Mt 25, 34-40).
Queridos amigos, la Cuaresma es un momento favorable para que, atentos a la Palabra de Dios que nos llama a la conversión, fortalezcamos nuestra compasión, nos dejemos desafiar por el dolor de quienes sufren y que no encuentran a nadie que los ayude. Es un momento en que la compasión se realiza en solidaridad, en cuidado. "¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7)!
A través de la intercesión de Santa Dulce dos Pobres, que tuve la alegría de canonizar en octubre pasado y que fue presentada por los Obispos de Brasil como un modelo para todos los que ven el dolor de los demás, sienten compasión y cuidado, rezo al Dios de la Misericordia para que la Cuaresma y la Campaña de la Fraternidad, inseparablemente vividas, sean para todo Brasil un momento en el que se fortalezca el valor de la vida, como un regalo y un compromiso.
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