Después del martirio del primer obispo de Jerusalén, Santiago el Justo, sufrido a manos de los judíos, y de la inmediata revuelta en la ciudad, los Apóstoles y discípulos del Señor que lograron sobrevivir se reunieron para deliberar y nombrar al sucesor. El elegido fue Simeón.
Eusebio de Cesarea también señala que, en tiempos del emperador Trajano, había resurgido la persecución en Palestina y en las ciudades aledañas a causa de las frecuentes revueltas del pueblo. Fue entonces que el segundo obispo de Jerusalén, Simeón, fue acusado de azuzar a los cristianos y, peor aún, de haberlo hecho siendo descendiente de David.
Por esto, fue sentenciado a muerte por el gobernador romano Ático. San Simeón de Jerusalén fue torturado y luego crucificado. Cierta tradición -apócrifa- señala que habría muerto a la edad de 120 años. Lamentablemente, no hay certeza sobre la fecha de su martirio, que se produjo entre los años 65 y 107 d.C.