Se suele hacer énfasis en la conciencia rigurosa de San Pedro Damián y, como se ve, no sin razón. Sin embargo, tal rigurosidad no es un facilismo exagerado o un recurso dramático. En tiempos de crisis -como los suyos o como los nuestros- es cuando mejor se percibe el mal, y cuando quizás se entiende mejor cuán necesario es tratar al pecador con indulgencia y bondad, pero siempre con la verdad. San Pedro Damián tuvo, en ese sentido, un poco de todas esas cosas cuando la prudencia y caridad lo requerían.
Por eso, a quienes lo juzgan para condenarlo, hay que recordarles que la personalidad del santo era esencialmente sencilla, muy propia del hombre común, del cristiano de a pie que ama al Señor y procura seguir sus pasos. Un dato curioso: en sus ratos libres, Pedro acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios para sus hermanos en la fe.
El episodio final
El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián a resolver un problema a Rávena, donde el arzobispo se había declarado en franca rebeldía y había incurrido en excomunión. Lamentablemente el santo llegó cuando el prelado había muerto, pero fue tal su ejemplo de justicia y caridad en la corrección fraterna que los cómplices del rebelde reconocieron su error, asumieron su penitencia y reformaron sus conductas.