La Providencia divina, a pesar de todo, sostuvo a la comunidad cristiana y esta, en espíritu de unidad, escogió a Marcelo. Él, una vez que asumió la Sede de Pedro, decidió acoger a quienes habían abandonado la práctica del cristianismo o habían apostatado. A ellos les puso como condición el arrepentimiento público y la penitencia, de manera que todos tuvieran la opción de volver al seno de la Santa Madre Iglesia.
Esta decisión no fue del agrado de los que deseaban volver, pero a condición de nada, amparándose en que las autoridades eclesiales habían permanecido “inactivas” por años.
Es sabido, también, que los Papas que se inclinaron por el perdón recibieron otro tipo de críticas, especialmente por parte de aquellos que habían sido torturados, o que les habían confiscado sus bienes, o que vieron a muchos entregar la vida. Con todo, San Marcelo acogió a quienes deseaban volver al redil. Para ello fue necesario trazar una ruta de acuerdo a la justicia y la caridad. Bien aconsejado por hombres santos, decretó el camino penitencial para todos aquellos que quisieron reconciliarse de corazón con Cristo y su Iglesia.