El Papa inscribe en el libro de los santos a mística franciscana

El Papa inscribe en el libro de los santos a mística franciscana

Eximiendo del milagro que se requiere usualmente para proceder a la canonización como ha hecho recientemente con el Beato Juan XXIII, el Papa Francisco decidió inscribir en el libro de los santos a la Beata Angela de Foligno, una mística franciscana de los primeros años de la Orden.

La Santa Sede informó que el Santo Padre aprobó esto el pasado 9 de octubre al recibir en audiencia al Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, día en el que "decidió extender a la Iglesia universal el culto litúrgico en honor de la beata Angela de Foligno de la Orden secular de San Francisco, nacida en Foligno (Italia) alrededor de 1248 y fallecida en el mismo lugar en 1309".

Ángela de Foligno es una de las místicas más famosas de la Iglesia en la Edad Media, junto a Santa Catalina de Siena y Santa Catalina de Génova.

Vivió su infancia y juventud como una mujer orgullosa, vanidosa, poco piadosa y dedicada a la vida mundana. Se casó muy joven y tuvo varios hijos. Poseía riquezas, castillos, lujos, joyas y fincas, pero nada de esto la hacía feliz.

A la edad de 35 años, murieron sucesivamente su madre, su esposo y sus hijos. En medio de esta inmensa pena, Angela recurre a Dios, va a la iglesia y escucha la prédica de un sacerdote franciscano y se da cuenta de su error.

Pidió confesarse y luego decidió hacerse terciaria franciscana. Se dirigió en peregrinación a Asís, y en una visión San Francisco le pide vender todo lo que tiene, darlo a los pobres, y dedicarse a meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

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Santa Angela vendió todas sus posesiones menos un castillo que estimaba muchísimo. Poco después, en una visión oye decir a Cristo crucificado preguntarle: "¿Por amor a tu Redentor no serás capaz de sacrificar también tu palacio preferido?".

Esta vez decidió vender absolutamente todos sus bienes, reparte el dinero entre los más necesitados, y se dedica a una vida de contemplación.

Fue tan grande el amor que tuvo hacia la Pasión y Muerte del Señor, que le bastaba mirar una imagen de Jesús doliente o escuchar hablar del sufrimiento de Dios para que se enrojeciera su rostro y quedara como en éxtasis.

Murió el 4 de enero de 1309 conformada plenamente con el Señor.

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