En este camino, que es largo y está formado por subidas y bajadas, no nos deben asustar las diferencias entre nosotros, sino más bien, nuestras cerrazones y nuestros prejuicios, que impiden que nos encontremos realmente y que caminemos juntos. Las cerrazones y los prejuicios vuelven a construir entre nosotros ese muro de separación que Cristo ha derribado, es decir, la enemistad (cf. Ef 2,14). Y entonces nuestro viaje hacia la unidad plena podrá avanzar en la medida en que tengamos todos juntos la mirada fija en Él, en Jesús, que es «nuestra paz» (ibíd.), que es la «piedra principal» (v. 20). Y Él, el Señor Jesús, viene a nuestro encuentro en el rostro del hermano marginado y descartado, en el rostro del migrante despreciado, rechazado y oprimido. Pero también -como has dicho tú-, en el rostro del migrante que está en camino hacia algo, hacia una esperanza, hacia una convivencia más humana.
Y así Dios nos habla a través de sus sueños. El peligro es que a veces, muchas veces, no dejamos entrar los sueños en nosotros, preferimos dormir y no soñar. Es tan fácil mirar hacia otro lado. En este mundo nos hemos acostumbrado a la cultura de la indiferencia, a esa cultura de ver hacia otro lugar y a quedarnos dormidos. Por este camino jamás se puede soñar. Es duro. Dios no habla a través de las personas que no pueden soñar nada porque tienen todo, o porque sus corazones se han endurecido. Dios nos llama también a nosotros a no resignarnos a vivir en un mundo dividido, en comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios, que es una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino sólo conciudadanos. Como nos decía Pablo, que hemos citado en el texto. Diferentes, es verdad, y orgullosos de nuestras peculiaridades, que son un don de Dios, pero conciudadanos reconciliados.
Que esta isla, marcada por una dolorosa división, pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad. Y agradezco a todos los que trabajan aquí por esto, pensar que esta isla es generosa, pero no puede hacer todo, porque el número de gente que llega es superior a sus posibilidades de integrar, promover. Su cercanía geográfica facilita esto, pero no es fácil; tenemos que entender los límites a los cuales los gobernantes de esta isla tienen que tener en cuenta; pero siempre hay en esta isla, lo he visto, en los diferentes lugares que he visitado, convertir con la gracia de Dios en trabajadores de fraternidad. Y podrán serlo con dos condiciones: la primera es el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona humana (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 8). La dignidad no se vende, no se alquila, no se pierde. Con la frente en alto: yo soy digno hijo de Dios. Este es el fundamento ético, un fundamento universal que está también en el centro de la doctrina social cristiana. La segunda condición es la apertura confiada a Dios, Padre de todos, y este es el "fermento" que estamos llamados a ser como creyentes (cf. ibíd., 272).
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy: