Este nuevo tiempo es también un tiempo de prueba, ciertamente. Empezando por la tentación -muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa- de conservar nuestro protagonismo. Y a veces el protagonismo debe disminuir, debe abajarse, aceptar que la vejez te disminuye como protagonista. Pero tendrás otra forma de expresarte, otra forma de participar en la familia, en la sociedad, en el grupo de los amigos. Y es la curiosidad que le viene a Pedro: "¿Y él?", dice Pedro, viendo al discípulo amado que los seguía (cf. vv. 20-21). Meter la nariz en la vida de los otros. Pues, no. Jesús le dice: "¡Cállate!". ¿Realmente tiene que estar en "mi" seguimiento? ¿Acaso debe ocupar "mi" espacio? ¿Será mi sucesor? Son preguntas que no sirven, que no ayudan. ¿Debe durar más que yo y tomar mi lugar? Y la respuesta de Jesús es franca e incluso áspera: «¿Qué te importa? Tú, sígueme» (v. 22). Como diciendo: cuida de tu vida, de tu situación actual y no metas la nariz en la vida de los otros. Tú sígueme. Esto sí, es importante: el seguimiento de Jesús, seguir a Jesús en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la vida cuando es próspera con muchos éxitos y también en la vida difícil con tantos momentos duros de caída. Y cuando queremos meternos en la vida de los otros, Jesús responde: "¿A ti qué te importa? Tú sígueme". Hermoso. Nosotros ancianos no deberíamos tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan nuestro lugar, que duran más que nosotros. El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, incluso en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor. Aprender a despedirse: esta es la sabiduría de los ancianos. Pero despedirse bien, con la sonrisa; aprender a despedirse en sociedad, a despedirse con los otros. La vida del anciano es una despedida lenta, lenta, pero una despedida alegre: he vivido la vida, he conservado mi fe. Esto es hermoso, cuando un anciano puede decir esto: "He vivido la vida, esta es mi familia; he vivido la vida, he sido un pecador, pero también he hecho el bien". Y esta paz que viene, esta es la despedida del anciano.
Incluso el seguimiento forzosamente inactivo, hecho de contemplación emocionada y de escucha extasiada de la palabra del Señor -como la de María, hermana de Lázaro- se convertirá en la mejor parte de su vida, de la vida de nosotros los ancianos. Que nunca esta parte nos será quitada, nunca (cf. Lc 10,42).
Miremos a los ancianos, mirémoslos, y ayudémosles para que puedan vivir y expresar su sabiduría de vida, que puedan darnos lo que tienen de hermoso y de bueno. Mirémoslos, escuchémoslos. Y nosotros ancianos, miremos a los jóvenes siempre con una sonrisa: ellos seguirán el camino, ellos llevarán adelante lo que hemos sembrado, también lo que nosotros no hemos sembrado porque no hemos tenido la valentía o la oportunidad: ellos lo llevarán adelante. Pero siempre con esta relación de reciprocidad: un anciano no puede ser feliz sin mirar a los jóvenes y los jóvenes no pueden ir adelante en la vida sin mirar a los ancianos. Gracias.
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