En esos días de cautiverio el sacerdote asegura que aprendió a ser fuerte con Dios: "Podía escuchar el grito de mi corazón y seguir diciendo: ¡Sé que estás aquí! Eso me enseñó humildad y reverencia. Incluso en una situación así".
"En todas las oraciones, durante la Misa, toda la Iglesia filipina nos encomendaba. También grupos evangélicos e incluso musulmanes se acercaban a mi familia y decían: 'Somos protestantes, somos musulmanes, pero rezamos para que vuestro hermano esté sano y salvo'", explicó y recordó que Dios le "utilizó para guiar a otros hacia la oración. La fe es lo que constituye la Iglesia, no las circunstancias".
Conforme iba pasando el tiempo el número de los rebeldes disminuyó y las tropas del Gobierno eran cada vez más fuertes.
"Por la noche se apreciaba un gran cansancio; por las luces pudimos ver que estábamos rodeados. Le dije a Dios y me dije a mí mismo: tengo que intentarlo ahora. Que Dios me ayude", explicó el P. Soganub.