El Obispo de Ávila (España), Mons. Jesús García Burillo, presidió el funeral de Adolfo Suárez, Expresidente del gobierno de España, en la Catedral de Ávila -donde posteriormente recibió sepultura-, y donde recordó que la fe y convicciones cristianas fueron el referente para su accionar durante toda su vida, incluso en los momentos más difíciles de su historia personal y de España.

Mons. García Burillo recordó que durante sus años en su juventud, Suárez participó en el movimiento juvenil de Acción Católica, siendo nombrado su presidente por el entonces Obispo, Mons. Santos.

"En el 'teatro Principal' explicó con otros compañeros sus inquietudes para promover la fe, dando un gran impulso juvenil a la ciudad. En ocasiones dialogaba con Don Baldomero Jiménez Duque, rector del seminario, buscando luz en el sendero de su vida. La encontró en el ejercicio de la política", añadió durante el funeral del primer presidente de la democracia española.

"Ahora Adolfo Suárez vuelve a casa para reposar junto a quien fue todo en su vida, su esposa Amparo", que murió de cáncer al igual que una de sus cinco hijos, Miriam.

Mons. García Burillo destacó que Adolfo Suárez tenía la cualidad poco frecuente de saber escuchar. "También desde muy joven demostró una capacidad ilimitada para afrontar problemas y dificultades con serenidad, con espíritu analítico y autocrítico, seguro de sí mismo. Actuaba con gran libertad interior y desmedida generosidad", explicó el Obispo.

"Las convicciones cristianas de Adolfo Suárez fueron el marco en que se desenvolvió su quehacer humano y político, en actitudes de responsabilidad, mesura y respeto", dijo Mons. García Burillo y destacó que "su prodigioso trabajo durante la Transición española fue realizado desde la serenidad, el respeto profundo a los demás y desde la cortesía, que no era formal sino permanente reconocimiento de la dignidad del ser humano".

En ese sentido el Obispo de Ávila, ante cientos de personas que abarrotaban la Catedral destacó que el expresidente "sin rencor ni revancha, con espíritu democrático trabajó sin cesar por el entendimiento entre los españoles. En los momentos más difíciles de su carrera se mantuvo erguido, con valor y serenidad. Finalmente, convencido de que no tenía apoyos, dejó el poder sin vacilar, sin amargura, convencido de que era lo mejor para España".

"Podemos afirmar que Adolfo Suárez ha sido un católico en la vida pública. En efecto, la misión propia de los cristianos laicos es la derivada de su condición secular, de su presencia activa en la sociedad. Ellos son miembros de pleno derecho en la Iglesia, insertos en la sociedad. De esta doble condición brota su especial aptitud y misión para ser testigos del Dios vivo en las instituciones y tareas de la sociedad civil", dijo.

"La dimensión social y política de Adolfo Suárez nació, por su bautismo, en el Dios vivo y verdadero. Tal dimensión afecta al ejercicio de las virtudes cristianas, al dinamismo entero de la vida. Desde esta perspectiva adquiere toda su nobleza y dignidad la actividad política", algo que calificó como "un amor eficaz hacia las personas" y que se concreta en la búsqueda del bien común.

"Es lo que entendemos por 'caridad política'" que "no suple las deficiencias de la justicia, consiste en un amor activo, fruto del aprecio a los seres humanos, considerados como hermanos", explicó.

También recordó la gran aportación de Suárez a la sociedad española y a la comunidad internacional, en especial con la reconciliación del pueblo español. "Su política consiguió que las dos Españas volvieran a encontrarse tras décadas de animadversión y de odio. En su proyecto político y social todos habitábamos la misma tierra, bajo las mismas condiciones y oportunidades. La transición pacífica de los españoles causó admiración en el mundo", destacó el Prelado.

Mons. García Burillo recordó cómo el sufrimiento y la cruz estuvieron presentes en la vida de Adolfo Suárez. "No sólo durante la enfermedad en sus últimos años, también el sufrimiento anidó en su alma por la muerte de su esposa y de su hija, y por la profunda soledad que envolvió la última etapa de su quehacer político", dijo y recordó que "experimentó el abandono de algunos de sus colaboradores, el abatimiento personal, la ingratitud como respuesta a su entrega". Y reconoció con humildad que "sin Amparo y sin mis hijos, yo no hubiera sido capaz de dar lo mejor de mí mismo en servicio de España".

El Prelado terminó pidiendo por el alma del expresidente. "Encomendemos su alma a Dios. Pidamos que el Señor perdone todos sus pecados, que quedan patentes a los ojos de Cristo" y encomendándolo a la Santísima Virgen, nuestra Señora de Valsordo, patrona de Cebreros, su pueblo natal.