Haciendo esto, pone en juego una nueva idea de justicia: no es la que se limita a castigar a los culpables, como hacen los hombres, sino una justicia distinta, divina, que busca el bien y lo crea a través del perdón que transforma al pecador, lo convierte y lo salva.
Con su oración, entonces, Abraham no invoca una justicia meramente retributiva, sino una intervención de salvación que, teniendo en cuenta a los inocentes, libere de la culpa también a los impíos, perdonándolos. El pensamiento de Abraham, que parece casi paradójico, se podría sintetiza así: obviamente no se puede tratar a los inocentes como a los culpables, esto sería injusto, es necesario en vez de eso tratar a los culpables como a los inocentes, utilizando una justicia ‘superior’, ofreciéndoles una posibilidad de salvación, para que si los malhechores aceptan el perdón de Dios y confiesan la culpa, dejándose salvar, no sigan haciendo más el mal, sino que se conviertan también en justos, sin ya tener necesidad de ser castigados.
Es esta la solicitud de justicia que Abraham expresa en su intercesión, un pedido que se basa en su certeza de que el Señor es misericordioso. Abraham no pide a Dios una cosa contraria a su esencia, toca la puerta del corazón de Dios del que conoce la verdadera voluntad. Cierto que Sodoma es una gran ciudad, cincuenta justos parecen poca cosa, ¿pero la justicia de Dios y su perdón no son tal vez la manifestación de la fuerza del bien, incluso si parece más pequeño y más débil que el mal?
La destrucción de Sodoma debía acabar con el mal presente en la ciudad, pero Abraham sabe que Dios tiene otros modos y otros medios para poner límites a la difusión del mal. Es el perdón, que interrumpe la espiral del pecado, y Abraham, en su diálogo con Dios, apella exactamente a eso. Y cuando el Señor acepta perdonar a la ciudad si se encuentra a cincuenta justos, su oración de intercesión comienza a descender hacia las profundidades de la misericordia divina. Abraham –como recordamos– hace disminuir progresivamente el número de los inocentes necesarios para la salvación: si no son cincuenta, podrían bastar 35, y luego llega hasta diez, para luego pasar con su súplica alentada de insistencia: ‘tal vez si no hubiera 40… 30… 20...10’.