Benedicto XVI publica primera Encíclica: "Deus caritas est"

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El día de hoy fue publicada la primera Encíclica del Papa Benedicto XVI, quien bajo el título Deus caritas est expone el tema del amor cristiano, abarcando una reflexión teológico filosófica así como la concretización del amor y la caridad en el mundo de hoy.

“Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. Con esta cita bíblica de la primera epístola de San Juan Evangelista comienza la encíclica del Santo Padre, palabras que “expresan el centro de la fe cristiana”.

La Encíclica está articulada en dos grandes partes. La primera ofrece una reflexión teológico-filosófica sobre el amor en sus diversas manifestaciones, concretamente eros, philia, ágape; y precisa algunos datos esenciales del amor de Dios por el hombre y de la unión intrínseca que tal amor tiene con el amor humano.

“El término ‘amor’ –afirma el documento–, una de las palabras más usadas y abusadas en el mundo de hoy, posee un amplio campo semántico. En la multiplicidad de significados, sin embargo, emerge como arquetipo de amor por excelencia el amor entre el hombre y la mujer, que en la antigua Grecia era calificado con el nombre de eros”.

Continuando con la explicación del término “amor’, el Santo Padre recuerda que “en la Biblia, y sobre todo en el Nuevo Testamento, el concepto de ‘amor’ es profundizado –un desarrollo que se expresa en la misma al margen de la palabra eros a favor del término ágape, para expresar así un amor oblativo”.

Saliendo al encuentro de posibles mal interpretaciones de tal desarrollo, como lecturas negativas del eros y de la corporeidad, la encíclica destaca que “el eros, puesto en la naturaleza del hombre por el mismo Creador, necesita de disciplina, de purificación y de maduración para no perder su dignidad originaria y no degradar a puro ‘sexo’, convirtiéndose así en una mercadería”.

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“La fe cristiana –continúa– siempre ha considerado al hombre como ser en el cual el espíritu y la materia se compenetran mutuamente, obteniendo de esto una nueva nobleza. El desafío del eros puede decirse superado cuando en el hombre cuerpo y alma se encuentran en perfecta armonía. Entonces el amor se convierte, si, en ‘éxtasis’, pero no éxtasis en el sentido de un momento de embriaguez pasajera, mas como éxodo permanente del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en el don de sí, y justamente de este modo hacia el reencuentro de sí, hacia el descubrimiento de Dios: en este modo el eros puede elevar al ser humano ‘en éxtasis’ hacia el Divino”.

Más adelante se lee: “incluso si el eros inicialmente es sobre todo deseo, en el acercarse después a la otra persona se pondrá cada vez menos preguntas sobre sí, buscará cada vez más la felicidad del otro, se donará y deseará ‘ser para’ el otro: así se inserta en este y se afirma el momento del ágape”.

“En Jesucristo, que es el amor encarnado de Dios, el eros-ágape alcanza su forma más radical. En la muerte en la cruz, Jesús, donándose para levantar y salvar al hombre, expresa el amor en la forma más sublime. En este acto de oferta, Jesús ha asegurado una presencia duradera a través de la institución de la Eucaristía, donde bajo las especies de pan y de vino, se dona a sí mismo como nuevo maná que nos une a Él".

"Participando de la Eucaristía, también nosotros somos involucrados en la dinámica de su donación. Nos unimos a Él y al mismo tiempo nos unimos a todos los demás a los cuales Él se dona; convirtiéndonos así todos en ‘un solo cuerpo’. De modo que amor por Dios y amor por el prójimo son verdaderamente fusionados. El doble mandamiento, gracia a este encuentro con el ágape de Dios, no es más solo una exigencia: el amor puede ser ‘mandado’ porque antes ha sido donado”.

La práctica de la Caridad

La segunda parte del documento trata en cambio el ejercicio concreto del mandamiento del amor hacia el prójimo. En esta parte se afirma que “el amor al prójimo enraizado en el amor de Dios, además de ser una tarea de cada fiel, lo es también de la entera comunidad eclesial, que en su actividad caritativa debe reflejar el amor trinitario”.

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“La conciencia de tal tarea –continúa la Encíclica– ha tenido una relevancia constitutiva en la Iglesia desde sus inicios. En la estructura fundamental de la Iglesia surge la ‘diaconía’ como servicio del amor hacia el prójimo ejercitado comunitariamente y en modo ordenado”.

El Papa Benedicto XVI hace ver también como “con el progresivo difundirse de la Iglesia, este ejercicio expresa así una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos, servicio de la caridad. Se trata de tareas que se presuponen mutuamente y que no pueden ser separadas una de la otra”.

El Papa critica luego la visión utilitaria de la caridad, especialmente en el marxismo, al afirmar que “desde el siglo XIX, fue levantada una objeción fundamental contra la actividad caritativa de la Iglesia: esta estaría en contraposición –se ha dicho– con la justicia y terminaría por actuar como sistema de conservación del status quo. Con el cumplimiento de obras de caridad la Iglesia favorecería el mantenimiento del sistema injusto en acto haciéndolo algo soportable y frenando así la rebelión y el potencial cambio hacia un mundo mejor. En este sentido el marxismo había indicado en la revolución mundial y en su preparación la panacea para la problemática social- un sueño que en el entre tiempo se desvaneció”.

Recordando, en esta línea, el magisterio de los Pontífices, “comenzando por la Encíclica Rerum novarum de León XIII hasta la trilogía de Encíclicas sociales de Juan Pablo II (Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus)”, la Encíclica afirma que ha “afrontado con creciente insistencia la cuestión social, y en el confronto con situaciones problemáticas siempre nuevas ha desarrollado una doctrina social muy articulada, que propone orientaciones válidas más allá de los confines de la Iglesia”.

“La creación de un justo orden de la sociedad y del Estado –continúa– es tarea central de la política, y por lo tanto no puede ser encargo inmediato de la Iglesia. La doctrina social católica no quiere dar a la Iglesia un poder sobre el Estado, sino simplemente purificar e iluminar la razón, ofreciendo así la propia contribución a la formación de las conciencias, para que las verdaderas exigencias de la justicia puedan ser percibidas, reconocidas y también realizadas. Sin embargo no existe ningún orden estatal que, por muy justo, pueda hacer superficial el servicio del amor".

"El Estado que quiere proveer a todo se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar la contribución esencial que el hombre sufriente necesita: la amorosa entrega personal”, advierte además el Papa Benedicto.

La encíclica hace ver como un efecto colateral de la globalización “se manifiesta en el hecho que la solicitud por el prójimo, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a extender sus horizontes al mundo entero. Las estructuras del Estado y las asociaciones humanitarias secundan en varios modos la solidaridad expresada por la sociedad civil: se han formado así múltiples organizaciones con fines caritativos y filantrópicos".

"También en la Iglesia Católica –sigue el Santo Padre– y en otras Comunidades eclesiales han surgido nuevas formas de actividad caritativa. Entre todas estas instancias es necesario que se establezca una colaboración fructífera. Naturalmente es importante que la actividad caritativa de la Iglesia no pierda la propia identidad disolviéndose en la común organización asistencial y convertirse en una simple variante, sino que mantenga todo el esplendor de la esencia de la caridad cristiana y eclesial”.  

Para que la Iglesia mantenga la esencia de la caridad cristiana, el Papa hace referencia a la necesidad de:

-        “basarse en la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente suscitando en él el amor por el prójimo”.

-        “debe ser independiente de partidos e ideologías. El programa del cristiano es un corazón que ve. Este corazón ve donde hay necesidad de amor y actúa en modo consecuente”.

-        “no debe ser medio en función de aquello que hoy es indicado como proselitismo. El amor es gratuito; no es ejercitado para alcanzar otros medios.

"Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por así decir, dejar a Dios y a Cristo de lado", advierte el Pontífice. "El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es justo callar y dejar hablar solamente al amor. El himno a la caridad de San Pablo debe ser la Magna Carta de todo el servicio eclesial para protegerlo del riesgo de degradar en puro activismo”, añade.

Oración en la acción

Hacia el final de la encíclica el Santo Padre recuerda la importancia de la oración. “Frente al secularismo que puede condicionar también a muchos cristianos comprometidos en el trabajo caritativo, es necesario reafirmar la importancia de la oración”.

El contacto vivo con Dios –dice el Papa– evita que la experiencia de la desproporción de la necesidad  y de los límites del propio actuar puedan, por un lado, llevar a la persona a la ideología que pretende ahora aquello que Dios, por cuanto parece, no consigue, o, por otro lado, ser tentación para ceder a la inercia y a la resignación".

"Quien reza no pierde su tiempo, incluso si la situación parece impulsar únicamente la acción, no pretende cambiar o corregir los planes de Dios, sino que busca- bajo el ejemplo de María y los Santos- de buscar en Dios la luz y la fuerza del amor que vence toda oscuridad y egoísmo presente en el mundo”, concluye el Pontífice.

Lea la Encíclica del Papa en su versión íntegra: http://www.aciprensa.com/Docum/benedictoxvi/documento.php?id=77 

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